12 abril, 2010

Roma. Imperio y poesía

Me pregunto si es una ley histórica que el auge material (político, militar y económico, ese momento en una nación que nos arrebata para ella el epíteto de imperio), coincida con un prodigioso florecimiento de las artes, y si, respectivamente, a un pueblo pobre le está negado este desarrollo, lo que agravaría hasta un nivel espiritual su pobreza material. Es de notar que Grecia, Roma, España e Inglaterra, por lo menos, responden a esta presunción. Así, durante los siglos del poderío heleno, se erigió la paradigmática arquitectura de cuyo esplendor nos hablan sus actuales ruinas; conservamos, en cambio, muchos de sus monumentos literarios, y un respetable haber del pensamiento de esas sus mentes brillantísimas que produjeron inmortales frutos en un momento de apogeo nacional. Lo mismo cabe afirmar de la arquitectura monumental latina, de su pensamiento y su arte en general. El Siglo de Oro español sigue este mismo "precepto", lo que hacemos extensivo a la Inglaterra de la Era Isabelina, cuya gloria literaria se prolonga hasta el alba del siglo XX; así la Francia desde los Luises, la República y el Segundo Imperio, casi hasta este siglo XXI . Hoy Grecia, tanto como España, son hermanas pobretonas en el contexto de la Comunidad Económica Europea, y el arte de ambas naciones no es de ninguna manera el primero en nuestro tiempo.
Esta consideración, en caso de ajustarse a la realidad, me llevaría a estimar que el tesoro del arte en el Egipto faraónico, de haberse conservado al menos en la medida del griego o latino (aparte de El libro de los Muertos, qué poco nos queda), suscitaría nuestra maravilla, hasta un punto positivamente mucho más alto que el generado por las gastadas pirámides. ¿Qué diré de Sumeria, China, Caldea, Asiria, Persia, Etiopía, Cartago, los imperios maya y azteca, Bizancio, el imperio Otomano...? ¿Cuánto se ha llevado la guerra, cuánto el tiempo, calanchín del olvido?
Tenemos una memoria frágil, trágicamente frágil. En Occidente, Homero es casi el Adán de la literatura; apenas unos treinta siglos de archivo, a lo sumo, y unos cinco mil años de vestigios. Hacia atrás, la oscuridad más absoluta. Algo como que de un año completo sólo guardásemos memoria del minuto anterior. Se me objetará que retenemos unas pinturas rupestres del paleolítico superior (las escenas de caza de Cantabria), o la estatuilla de Willendorf (unos 20 mil años); lo que vendría a equipararse, con mucho, a atesorar un sustantivo de Balzac respecto de su caudalosa obra.
Pareciéramos estar seguros de la conservación a futuro de lo que tenemos hoy, pero, ¿quién garantiza esto? Estamos expuestos a mortíferos ataques del sorporte electrónico. Un día podríamos desperatarnos con el exterminio de toda memoria en la red, y las computadoras privadas, fuera de combate. Una catástrofe tecnológica absoluta, acompañada de la destrucción material de buena parte de la civilización a causa de unas cuantas decenas de tsunamis y terremotos. ¿Dónde quedamos? En la prehistoria, mis queridos contemporáneos, nuevamente arrojados a la prehistoria. Es lo que ha sucedido con nuestros abuelos de hace unos 15, 20 mil años hacia atrás.
Sin embargo, nos sentimos como agobiados por el peso de la historia del arte. Un alumno de lengua francesa, al hablarle de mi revista literaria en la red, me ha dicho que la encuentra "ladrilluda", con que quiere significar prolija. "¿Para qué este conocimiento de lo que han hecho los hombres del siglo 19, o antes?", me pregunta, y yo, alarmado y desarmado ante su suicida memoria, no he sabido qué responderle. Hoy se me ocurre comparar al estudiante con un hombre aquejado de una severa miopía, incapaz de ver más allá del alcance de la llema de su dedo del medio, siendo que arden estrellas probablemente en un número infinito sobre su cabeza: cuántos universos, cuantas visiones, cuántos sueños e intuiciones magníficos se veda el hombre que habita un sordo presente, como el cerdo que no leventa el hocico del suelo, y cuyos ojos no ha iluminado la luna.


Esta entrega

Ofrezco seguidamente una selección de autores que escribieron en latín monumentos de sensibilidad tan actuales como la lágrima, la espina del amor no retribuido, la honradez o el delito, el miedo o el encono. Nacidos desde el año 280 antes y el 310 después de Cristo, estos venerados poetas están aquí para asombrarnos mediante el virtuoso empleo de esa antigua herramienta de la emoción: la palabra. No me he sometido a un estricto orden cronológico, habiendo tenido que omitir nombres, y repetir alguno al tenor de un plan. Y es que he trado de juntarlos temáticamente en tres o más instancias. Mi predilección por algún nombre (Catulo) quiere que figuren más poemas suyos que de otros entre sus compatriotas. A él concedemos "haber iniciado la elegía romana con sus rasgos específicos de subjetividad, autobiografismo e intimidad"; digo que algo como el Villon de los franceses, esto es, el primer poeta personal, ese que hace de sí tema del poema. Este mismo sufrido Catulo prendado de la ligera, la bella, la inconstante Clodia, casada con otro, esta célebre Lesbia de sus bellos poemas.
Para una muy escogida muestra me he permitido seguir la Antología de poesía latina (Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1981), traducida y anotada por Óscar Gerardo Ramos, de que hago cierta actualización otográfica, así omito casi por completo las incómodas notas, que no consiguen sino dispersar la atención del lector, sin mayor provecho. Dudando respecto del acento latino, he suprimido absolutamente la tilde, respetando la ausencia de la misma en la lengua del imperio Romano. En cambio, me he resistido a escribir los nombres originales (Gaius Valerius Catullus, por ejemplo). Optar por esta posibilidad, no significa que invalide al doctor Ramos.
Finalmente, como el mío, busco el placer y provecho del lector, evitando a toda costa fatigarle, o excederme en extensión. Que la disfruten.
Stanislas Valois Aragon


Cneo Nevio
Epitafio
Si inmortales pudiesen llorar a mortales
las musas divinas llorarían a Nevio;
después que rindió su vida a la muerte
ya en Roma nadie sabe la lengua latina.

Quinto Ennio
Epitafio
Mirad, ciudadanos, esta efigie del viejo Ennio,
el que cantó las gestas de los antepasados.
Nadie me llore, ni cubra mi tumba con lágrimas;
ya perduro vivo en los labios del pueblo.

Marco Valerio Marcial

Te lo confieso, Nuevo-Rico que soy y siempre he sido muy pobre,
pero de honesta familia en probado civismo,
y me leen, me estudian, me conocen y dicen "es arte"
dándome la vida lo que a pocos les otorga la tumba.
Tú tienes una casa rumbosa con centenares de trastos
y tus arcas se llenan con dudosos dineros,
tienes muchos sembrados, tienes muchos rebaños,
y las riquezas se atarugan a rodos.
Esto somos tú y yo: lo que soy, no puedes tú serlo:
lo que eres, puede serlo cualquier trepamundos.
15
A un abogastro
Mi pleito no es violencia, matanza, ni veneno,
sino que simplemente reclamo tres cabras.
Me las robó un vecino y el juez pide las pruebas.
Tú, en cambio, parloteas de las guerras civiles,
de la revolución en marcha, de los grandes políticos
y haces gestos histriónicos y pules períodos:
Por favor, habla, Póstumo, de mis tres cabras.
18
Hablas de Zenón, de Demócrito, de los mitos platónicos
y de todo lo que aturde con hirsutas imágenes,
como si fueses el gran sucesor de Pitágoras;
y así se te columpia una barba grandota
que, porque avergonzaría a un chivo vejete
tu la almohazas con rigidez melindrosa;
pero tú, que conoces argumentos y causas de sectas,
dímelo, esbózalo, Sabelotodo, ¿qué es una opinión?
19
Muestra una imagen en matices violáceos de rosa,
¿qué otro rostro quisieras ver allí figurado?
Este es aquel en su primera juventud, tan preciso
que el anciano se ve en los labios del joven.
Ojalá el arte pudiera pintar un alma madura:
No habría un cuadro más bello en la tierra.

Decimo Juvenal
1
Dijo Ambricio. "Puesto que en esta ciudad ya no hay sitio
para oficios honestos, ni pagan salario ninguno,
y todo empeora de ayer a hoy y de hoy a mañana;
cuando lo poco que queda será nada, vayámonos
allá donde Dédalo se despojó sus alas exhaustas.
Aunque apuntan las canas y la vejez alborea,
soy fuerte, mi destino está hilándose aún y ando
con pie firme, sin bastón, bien erguido. Dejemos
esta tierra natal y que aquí sigan viviendo
Artorio, Catulo, los prestidigitadores de toda calaña,
aquellos que trasladan alcázares, ríos y muelles,
que secan marismas, que arman funerales pomposos
y que entre voceríos subastan grillosos esclavos.
Los cornetilleros de otrora, mercachifles erráticos
que iban con sus vozarrones de villorrrio en villorrio,
son los que ahora finacian las ferias y en los estadios
dan veredicto de muerte cuando el vulgo lo pide;
y después salen a trasladar las letrinas, sabiendo
que la fortuna sonríe a quien con estiércol abona...
¿qué hago yo en Roma? No sé mentir ni una pizca.
Si editan un libraco, ni lo pido, tampoco lo alabo;
ignoro el horóscopo, no sé adivinar las catástrofes,
ni he investigado destinos en tripas de rana.
Otros son sabihondos, mensajeros de adúlteros.
No hubiera ladrones, si en mí se piensa y por tanto
no soy guardaespaldas de nadie y soy como manco.
Soy un cuerpo que hasta para sí ya es inútil.
¿Acaso no se ajonjolea al encubridor que amenaza
con revelar los secretos que guarda mañoso?
Nada se te adeuda, nadie va a hacerte su cómplice,
porque nadie es tan tonto para confiar en honrados.
El pillo busca al pillo, conociéndose todos sus bretes.
El oro del mundo no es tanto para que sobornes el sueño
y agarres con temblor tu partija y desconfíes de todo.

Trofeos

Despojos de guerras, coraza clavada a trofeos,
un barboquejo oscilando en un casco abollado,
un carro sin timón, la popa de alguna trirreme,
un triste cautivo coronando un portal victorioso,
tales dizque son las preseas de los hombres mejores.
Para eso se irguieron Romanos, Griegos y Bárbaros,
y para ello se esforzaron en contiendas y riesgos
siendo más su edad de fama que de virtud, ¡insensatos!

Quinto Horacio Flacco
Exegi monumentum
Erigí un monumento más duradero que el bronce,
más alto que las fúnebres pirámides de los faraones.
Ni huracán furibundo, ni lluvia voraz podrán derruirlo,
ni la innúmera cadena de siglos, ni la fuga del tiempo.
No todo moriré; mucho de mí triunfará de la muerte;
hombre de un día, creceré más y más en la prez venidera,
mientras, entre callado coro de vírgenes, al Capitolio
ascienda el pontífice. Mi nombre será pregonado
por donde el Ofanto lanza su torbellino estruendoso
o el Dauno, entre estériles agros, su cauda menguada.
Príncipe poderoso soy, a pesar de mi origen oscuro,
por haber trasladado al itálico módulo los ritmos eolios.
He merecido este orgullo. Melpómene, agradecida,
ciñe mis sienes con el délfico lauro de Apolo.

Marco Pacuvio

Los filósofos muestran una Fortuna loca, ciega, bruta,
y añaden que pisa en una pétrea esfera voluble
y que cae hacia donde la precipita la fuerza,
y dicen que es loca porque es atroz, incierta, inestable,
y llámanla ciega porque, rodando, no mira a su meta,
y bruta porque no diferencia entre digno e indigno.
Hay otros filósofos que niegan existir la Fortuna
y que todo más bien se rige por un azar temerario
y esto la experiencia enseña ser más verosímil
como en Oreste, rey antes y ahora mendigo.

Decimo Laberio
Un actor se despide
¡Ah necesidad, cuyos desvíos y transversales han pretendido
muchos evitar, lográndolo apenas muy pocos;
cómo has reducido mi sensibilidad al extremo,
cuando ninguna ambición, ninguna largueza,
ningún temor, ninguna autoridad, en fin, nada
pudo en mi juventud destronar mi prestigio
y, ahora en esta vejez, un personaje mediocre,
una voz blandengue, un novato, sacude mi gloria!
Todo el honor acumulado, se me arrebata; se cumplen
sesenta años de brega y, vencido histrión, retorno
a mi mansión que abandoné caballero romano.
He vivido este día de más... Ay, fortuna,
que eres por igual inmoderada en lo bueno y lo malo;
si era tu placer doblegar mi gloriada cabeza,
¿por qué no lo hiciste cuando florecían mis años?
dizque ahora vencerme. ¿Pero qué aporto a la escena?
¿esplendor en los gestos? ¿dignidad de talante?
¿firmeza en el ánimo o rotunda voz que entusiasme?
Como serpeante hiedra mata las fuerzas de un árbol,
así con su brazo la senectud me destruye.
Soy como los sepulcros que sólo conservan un nombre.

Cayo Valerio Catulo

¿Quién puede verlo y quién soportarlo
-a no ser un impúdico, un voraz, un tahur-
que Mamurra se adueñe de toda Galia y la lueñe Britania?
Torvo Rómulo, miras esto y aún lo toleras,
y entretanto aquel dadivoso y soberbio
se escabulle en los lechos de todos
¿como tímida tórtola o pugnaz amoriño?
¿Depravado Rómulo,(1) miras y aún lo toleras?
Tú eres también un impúdico, un voraz, un tahur.
¡Emperador único! ¿Con este nombre tamaño
recorriste hasta la última isla poniente
para que ese vuestro agotado malvado
se tragase doscientos, trescientos millones?
¿qué es todo sino liberalidad pervertida?
¿que muy poco disipó, y que muy poco ha engullido?
Despilfarró primero la herencia paterna,
y después rapiñas del Ponto, en seguida
la Iberia propagandad por el náutico Tajo
y lo temen los Galos, también los Britanos,
¡y tú lo estimulas! ¿qué más está maquinando
sino devorar cuanto patrimonio se encuentre?
con un prestigio, el más poderoso de la urbe,
suegro y yerno, todo lo habéis arruinado.
10
¡Varo! Este Sufeno, que conoces de sobra,
es hombre gallardo, gentil, garruloso
y desde marras hace versos a rodos.
Creo que tiene manuscritos por miles,
diezmiles y más, y no en palimpsestos,
sino en regalicios papiros; libros nuevos,
con cilindros recientes, pergaminudos amarres
grabados con plomo, suavizados a pómex.
Pero al leerlo ese garboso pulido Sufeno
parecerá más bien un peón o un cabrero.
Tánto se escapa a sí mismo, cambiándose.
¿Qué podemos pensar? éste que ahora parece
un marrullero de postín, ese mismo
se transforma en montaraz chabacano
apenas redacta un poema,
y no goza tanto
como cuando orondo escribe sus versos...
Goza tantísimo que exacto allí se retrata.
Sin duda nos engañamos todos, ni hay nadie
en el que no veas algo de este Sufeno...
Cada uno tiene sus yerros, pero nunca miramos
lo que nuestra espalda carga en su alforja.

Marco Terencio Varron
Soy como la más alta testuz de los árboles
que mueren en la desertez de un peñasco;
ningún mortal me oye, se extiende el silencio
en la solitaria siempre vastedad desolada.
Mi mente no dialoga con fantasías nocturnas
y sobre mis pupilas no cae la sombra del sueño.

Tito Lucrecio Caro
Es suave mirar desde tierra que otro batalla
contra las olas de un mar encrespado,
no porque disfrutes con vicisitudes ajenas
sino porque es dulce no padecerlas,
y es suave contemplar también los ejércitos
que se combaten sobre dilatadas llanuras
cuando estás resguardado de todo peligro;
pero nada más suave que habitar templos serenos
que los sabios han erigido en bastiones
para desde allí contemplar a las turbas
que se descaminan, y que buscan a tientas
un sendero de vida con rebatiñas de ingenio,
disputándose títulos, día y noche empeñándose
en amontonar riquezas o empuñar poderío.
¡Cuántas míseras metas, cuanta ciega esperanza!
En cuántas tinieblas de tiempo, en cuántos peligros
consumimos este trozo de vida que somos,
sin atender cómo la naturaleza nos ladra
que basta mantener incólumes cuerpo
y mente, gozando de una ecuánime dicha,
desprovistos de todo temor e inquietudes.

Quinto Horacio Flacco

Rectius vives
Más sereno llegarás a vivir, Licino
si cuidas de lanzarte a las mareas altas;
y si no te apuras tras el litoral pérfido
cuando huyas las borrascas.
Esquiva la hez de las cabañas húmedas,
si encontrar pretendes la mesotania, (2)
como carece, para destruir la envidia,
de mansión suntuaria.
Con más frecuencia el huracán sacude
a esbeltos pinos; y caen atalayas
con más estrépito; como hieren rayos
a erguidas montañas.
El ánimo avisado en lo adverso espera
y en lo próspero teme a la muerte rápida.
Los informes inviernos que se acumulan ahora
se descongelan mañana.
Los males de hoy no han de durar para siempre;
a las tempestades sucede la calma
y sobre los cielos sombríos el día
sus saetas desgarra.
Muéstrate sin treguas fuertemente animoso
en las escolleras y también con maña
contrae de vientos demasiado feroces
la vela aventada.

Aulo Persio Flaco
Natalicio
Abuela y tía supersticiosas toman al niño
y le signan la frente y la babosa boquita
con ceremoniante saliva que conjura maldeojos;
lo zangolotean y ruegan porque el nené posea
vastos territorios, suntuosas moradas
un rey y una reina lo ansíen por yerno,
muchachas lo persigan sin darle descanso
y por doquiera que pise nazca una rosa.

Marco Anneo Lucano

César y Amylcas
El campamento callaba. Se había ya relevado
la segunda guardia. Salió César y con paso nervioso
atravesó vastos silencios y se atrevió a lo que apenas
arriesgarían esclavos. Atrás quedó todo
gozando de lo que acompañase sólo su suerte.
Cruzó las últimas tiendas; los vigías dormían
los saltó, complaciéndose de haberlos burlado.
Bordeó las curvas riberas y en una aguabaja
vio una barca amarrada a un escollo;
el dueño dormía a la vera, bajo choza tejida
con juncos. Otra barca acostada cortaba la brisa.
César sacudió dos, tres veces la puerta. Temblaron
los techos. Amylcas se rebuyó en su yacija
que mullían las algas. "¿Qué náufrago llega?"
-se dijo- "¿Quién busca auxilio en esta cabaña?"
Tomó una mecha tibia, removió los rescoldos
para avivar la candela, sin importarle la guerra,
pues su tugurio no era botín de mesnadas.
Oh seguro bastión, hogar estrecho del pobre:
Oh incomprendida riqueza que templos no albergan,
ni resguardan murallas. No trepidar lo más mínimo
ante la mano de un César que llama a la puerta.

Publio Ovidio Nason
El Cíclope enamorado
Aun ese salvaje que horroriza las selvas,
que no le ofrece hospitalidad a ninguno,
que desafía a magnos cielos olímpios,
ese también siente el amor y se quema
con una bronca pasión, olvidándose
de greyes, cuevas y tan sólo se cuida
de embellecerse, refinar sus modales.
Peina con rastrillo su hirsuta pelambre,
con una hoz se afeita la barba greñuda,
se mira en el agua, se acicala la testa,
y no lo atormentan, ni el ansia de sangre,
ni el furor de matanzas. Los navíos pasan seguros.
En un filudo promontorio, azotado
por el circundante fragor de las olas,
se sienta el Cíclope, feroz, solitario
sin que le preocupen los lanudos rebaños.
Deja en el suelo su bordón, viejo pino,
tan grande como un mástil y agarra
su zampoña ensamblada en cien cañas.
Los montes le oyen rumorosas baladas
y también lo escucharon las ondas:
"Galatea, más blanca que flor de alheña,
más florecida que prado, más alta que higuera,
más clara que cristal, más retozona que cabra,
más tersa que concha pulida por los mares,
más noble que pomar, más esbelta que plátano,
más brillante que hielo, más dulce que uva madura,
más suave que requesón o pluma de cisne,
que el sol en invierno, que sombra en verano;
y más bella que huerto si no te escaparas,
porque, Galatea, eres más cruel que novilla,
más dura que encina, más falaz que marea,
más esquiva que mimbre, más errátil que yedra,
más tenaz que escollera, más arrollante que río,
más orgullosa que pavorreal, más atroz que candela,
más áspera que zarza, más truculenta que osezna,
más sorda que marejada, más brava que víbora;
y porque yo quisiera, si pudiera, apresarte,
más fugitiva que venado ante una jauría
o que la brisa arrastrada en los vientos;
pero, si bien pensaras, te arrepentirías, pronto
dejarías de ser retrechera, compartiendo mis bregas;
es que allá poseo cueva, en roca empinada,
donde no hay calor en verano, ni frío en invierno:
y hay frutales que doblegan sus ramas
hay uvas doradas en los largos viñedos
y las hay también rojas: ambas son tuyas,
tú misma recogerás las fresas silvestres,
y en el otoño avellanas y también las ciruelas,
aquellas que se sazonan en suaves jugos oscuros
o las que son tan blandas como cera reciente;
si fueras mi esposa, no te faltarían castañas
y ningún árbol te negaría retoños;
que esos ganados son míos y allá en las campiñas
erran más, y hay más en montes y más en establos;
porque si me lo preguntaras, podría contarlos,
pero es que sólo el pobre cuenta sus greyes;
y si acaso no crees, porque talvez exagero,
ven tu misma, recuéntalos y mira cómo sus ubres
golpean contra los muslos tardosos;
también tengo corderos en tibios corrales
y otro buen número de cariñossa ovejas,
y siempre hay leche para beber o hacer quesos.
No encontrarás tan sólo delicias comunes
o regalos del día, gamos, cabras, conejos,
sino un par de palomas y un nido hermosísimo;
encontré unos oseznos, gemelos, idénticos
allá entre los picachos y me dije 'son de ella',
para que te diviertas jugando y confundiéndote
porque sé que no puedes distinguirlos: son tuyos.
Ya pues, Galatea, ven y asoma en las olas,
ven pronto, no desprecies mis dones; me conozco,
ya me miré sobre el agua, y mirando mi imagen
me agradó. Contémplame, soy grande, no hay nadie
mayor que yo, ni Júpiter, de quien se hablan historias.
Es verdad que ancha cabellera pebla mi rostro
y ensombrece mis hombros, pero no me prejuzgues
pues no hay árbol sin frondas, es feo caballo sin cola,
y las crines son su presea; tienen plumas las aves
y la lana es la honra de las mejores ovejas;
la barba y el vello enorgullecen al hombre.
¿Que hay un ojo en mi frente? Pero es un escudo.
¿Y qué? en el cielo hay sol para todos.
Añade, además, que mi padre reina en los mares.
Es tu suegro. Tenme piedad, oye mis preces rendidas.
Ante ti he sucumbido. Yo el que a todos desprecio,
Nereida mía, te adoro."

Publio Virgilio Maron
Súplica de Dido a Eneas
A una enamorada mujer no se la egaña.
Dido presintió todo, que Eneas preparaba
la partida. Lo supo porque hasta en lo seguro
dudaba cautelosa... Un inmisericorde
rumor la puso alerta y le excitó la ira.
Ya no se poseía y enardecida andaba
por la ciudad, vagando, al igual que una Thyada
a la que aguijonenan los ritos de la orgía,
en las fiestas trienales de Baco y la reclama
el citerón nocturno con su clamor sagrado.
Entonces, finalmente, anticipose a Eneas:
"¿Con que disimulabas, pérfido, tu perjurio
y pensabas fugarte, callado, abandonándome?
¿Ni nuestro amor, ni el pacto jurado, ni mi muerte,
iban a detenerte? ¿No ves que es este cielo,
un cielo borrascoso? ¿No miras que es la época
de los vientos furiosos? Si no fueras en la busca
de lo desconocido, tierras, casas extrañas,
si Troya subsiste, ¿irías a buscarla
por un mar impetuoso? ¿Es que me huyes, acaso?
Te ruego por mis lágrimas, por nuestro juramento,
cuando nada me queda, por nuestra unión tan íntima,
por el ya comenzado matrimonio, si es que algo
merecí, si es que alguna ternura pude darte,
tenme piedad, apiádate de este hogar que destruyes,
te ruego, si hay un sitio para alguna plegaria,
olvida tus designios. Por ti ya me odian todos
los pueblos de la Libia, los reyezuelos Númidas,
los Tirios, por ti sólo perdí el pudor, jugándome
una fama gloriosa que llegaba a los astros.
¿A quién vas a dejarme? Soy ya una moribunda,
mi huésped, sí, pues sólo yo supe ser esposa.
¿Para qué ya la vida? ya, sí, ¿vendrá mi hermano
Pigmalión a arrasarme o Iarbas a apresarme?
Si al menos, al marcharte, me dejases un hijo;
si un pequeñín Eneas jugase entre los patios,
y con su voz pudiese recordarme; así, al menos
no me vería sola traicionada y estéril."

Quinto Horacio Flacco
Nox erat
La noche se estremeció espléndida bajo el plenilunio
frente a tus palabras.
Con un abrazo más lento que el de la yedra al álamo
a ti me estrechabas.
Al jurarte mi amor, juraste más de una vez amarme
por sobre el mañana,
mientras hubiere un lobo hostil al rebaño;
mientras brillara
Orión -enemiga del nauta- con su ponto invernoso:
mientras el aura
agitase en las nubes la populosa cabellera de Apolo.
¡Cómo perjurabas!...
Pero un día, Neera, en la ausencia, habrás de llorarme.
Hoy ya mi arrogancia
no soporta que noche tras noche te entregues a otro.
Romperé tu amarra.
Me netregaré a otra, que noche tras noche, retribuya mis besos.
En vano ya nada,
habrá de vencer -ni tu excelsa belleza que otrora venciome-
mi fiera constancia.
Y tú, rival, sea quien fueses, que ahora feliz en sus brazos
de mi mal te ufanas;
aunque tengas tesoros, plantaciones, y cría de reses,
por más que las aguas
para ti fluyan del Pactolo y aunque Pitágoras no te sea un misterio
con su ciencia arcana,
y aunque triunfes de Nireo con tu hermosura perfecta;
la que dizque te ama,
perjura, como siempre, te cambiará por otro y a mi vez ufanado
reiré en tu desgracia.

Cayo Valerio Catulo

13
Tú, muchacha, sin una nariz delicada,
sin un bello pie, sin negros ojazos
sin dedos delgados, sin labio preciso
y sin una dicción cuidadosa,
tu, la amiga del botarate de Formes
a ti esa comarca te llama la bella
¿y contigo comparan a Lesbia?
¡Oh siglo protervo y estúpido!
15
Ese tal casi a un dios se asemeja,
o es un dios o supera a los dioses,
si es posible... que enfrente se sienta
y te mira y te escucha
sonreír, pero a mí me enloquece
porque a un tiempo también yo te miro
y se ahoga mi voz en los labios
Lesbia, contemplándote;
mi garganta se anuda, mis miembros
se afiebran, mis oídos repican
y mis ojos se van recubriendo
con doble penumbra.
17
Ah, Celio, esa Lesbia, mi Lesbia, esa Lesbia
que Catulo ha querido más que a sí, más que a nadie
esa Lesbia ahora vaga por las callejuelas
corrompiendo nietos del ínclito Remo.
21
Decías alguna vez que tan sólo conocías a Catulo
y que tú, Lesbia, no me cambiarías por Júpiter.
Entonces te amé no como un cualquiera ama a su amigo
sino como un padre a sus hijos y yernos.
Ahora ya te conozco y mi pasión por ti se enardece
tanto cuanto vil y liviana te portas...
que ¿cómo es posible, preguntas? Es que el amante
con tu traición te ama más, pero menos te quiere.
22
Hasta dónde ha llegado mi mente, Lesbia, por tu culpa
que se ha perdido en una lealtad, de tal modo
que ya no puede quererte por perfecta que te hagas
ni dejarte de amar por más que lo intentes.
24
Para muchos Quintia es hermosa; para mí es alta,
recta, marfileña. Confieso que son dones dispares;
pero que en el conjunto sea hermosa, lo niego.
No hay lindura en ese cuerpote, ni hay pizca de gracia.
Lesbia es hermosa; no porque sea toda lindísima
sino porque arrebató las bellezas a todas.
23
Odio y amo. ¿por qué así? quizás me preguntes.
No lo sé, pero siento que así es y que sufro.
25
Ninguna mujer puede decir que ha sido amada
tan verdaderamente como Lesbia por mí.
Jamás existió tánta lealtal en alianza ninguna
como en este amor que he mostrado por ti.
18
¿Acaso una leona de los montes de Libya
o una Scyla que ladra desde sus hondas ingles
te amamantó esa mente petrificada y tétrica
de modo que desprecias mi voz que te suplica
con su última angustia... corazón implacable?
20
Si mi amada, me dice que sólo quiere casarse conmigo
y no con nadie así se lo pida el mismísimo Júpiter
lo dice, pero lo que una mujer dice a su amante exaltado
hay que escribirlo en el viento y en la ola fugaz.
7
Mísero Catulo, no más tonterías,
lo que se ha perdido,
ya quedó perdido.
Antes te brillaron soles luminosos
cuando te apurabas tras esa muchacha.
a quien tánto amaste, como nadie ha amado.
Entonces fue tiempo de las complacencias,
lo que tu querías ella lo quería.
Ahora no quiere, tú tampoco quieres...
Si huye, no las sigas, vive sin desvelos.
Con mente obstinada, mantente impertérrito.
Adiós, pues muchacha, Catulo está firme
no va a ir a buscarte, ni a intentar vencerte.
Pero ha de pesarte, cuando no te ruegue.
¡Ay de ti, maldita! ¿qué vida te espera?
¿Quién ha de arrimársete?¿A quién eres bella?
¿A quién amarías? ¿Morderás qué labios?
Siempre, tú, Catulo, mantente impertérrito.

Lutacio Catulo
Me detuve a saludar a la Aurora naciente
cuando de pronto surgió Roscio a mi izquierda.
Déjame, Aurora nutricia, decirlo con calma:
este hombre es más bello que un dios.

Publio Virgilio Maron
11
Te vi aquella mañana recogiendo,
con tu madre,
manzanas húmedas de rocío;
yo te guié en la tarea,
niño aún de trece años y apenas
alcanzaban mis manos las ramas,
pero te vi, sucumbí y ando ahora perdido.

Valerio Edituo

1
Cuando, Pánfila, quiero decirte mi pena,
y voy a hablarte, mis palabras escapan,
un frío sudor resbala en mi pecho:
silencioso, anhelándote, avergonzado perezco.
2
Me alumbras, Filero, con una trampa inútil
porque me basta la luz que llevo aquí adentro.
Tu lumbre se extingue con un soplo de viento
o con lluvia imprevista;
pero, en cambio, esta llama de amor, no la apaga
ninguna fuerza, a no ser el amor por sí mismo.

Albio Tibulo

5
Mientras guerreo en tan distantes tierras,
seme fiel, te lo ruego;
que una anciana piadosa esté a tu lado
cuidando tu pureza
cantándote leyendas entre antorchas,
escarmenando lana,
mientras el lento sueño de tus párpados
interrumpe el bordado.
De pronto llegaré, sin previo anuncio,
como una epifanía,
y te hallaré, cual eres, rostro al viento;
y corre hasta mí, Delia
los pies desnudos y vestida en lampos
de luz mañanera.
6
Era esquivo, gloriándome de altivez, dondequiera,
y esas glorias están ya muy lejos:
soy un trompo que rueda
al mañoso girar de la cuerda.
Aprisióname, quémame, arrincóname, cállame,
no me dejes decir ditirambos.
Sin embargo, perdóname, Delia, por el sacro recuerdo
que una vez nos amamos, unidos
con alianza secreta, con amor imborrable,
y recuerda que un día yaciste
vencida con fiebre, ya en la muerte, y entoces
te salvé, vigilándote siempre.
Yo fui aquel, ese mismo que encendía zahumerios
de un azufre lustral, al unísono
de los mágicos ritos que entonaba un anciano.
Yo cuidaba que sueños horrísonos
no asaltaran tu mente, ofrendando tres veces
la harina sagrada; yo mismo,
despojado de túnica, ceñido de venda,
y de pie entre la noche silente,
nueve veces alcé mis plegarias a la Diosa Tresvías.
Yo sí, yo, conjuré el maleficio;
y ahora otro te goza viviendo tu gracia
y pensar que en las noches de muerte
yo, demente soñaba, contemplándote sana,
compartiendo mi vida dichosa.
10
Cuando llega el combate del amor, ella muestra
revueltos sus cabellos, destrozada su puerta;
y llora, llora mucho, pero él también, triunfante,
llora al mirar sus manos que a tanto se atrevieron:
pero el amor lascivo que los une, alejándolos,
entre los dos amantes juguetea acechando.

Publio Ovidio Nason
Portero -caramba- quítale el pestillo a la puerta,
¡ábremela pronto, por difícil que sea!
Te pido muy poco: no hay que abrirla del todo,
puedo entrarme de lado, estirándome;
pues largo amor ya me ha adelgazado bastante
y ha refinado mi cuerpo furtivo.
Ese mismo amor me ha enseñado a ser sigiloso,
a huír de las rondas; afirmaa mis pasos.
Sentí antes terror en la noche con vanos fantasmas
inquiriéndome quién iba en tinieblas;
y el amor y el deseo reían rumbando en mi oído
que yo debería ser más valeroso.
Hoy, ya enamorado, no temo móviles sombras
ni que los vigías me apresen.
Tu lentitud me amedrenta, tú solo me ablandas,
tú puedes perderme y hasta fulminarme.
Oye, mira, desata los inmisericordes cerrojos
que mi llanto ya ha humedecido la puerta.
Cuando un día tu dueña iba a zotarte la espalda,
temblabas e intercedí por tu suerte.
Págame con gratitud lo que por ti hice entonces.
Págame con creces ahora.
¿Por qué te me opones? Las horas de la noche transcurren
quita la cadena, quítala pronto,
quizás se te libere de tu cadena de esclavo
y no bebas más agua de siervos.
Oyes, férreo, siempre duro, portero impertérrito
y las puertas rígidas siguen.
A la ciudad le conviene tener baluartes cerrados,
pero, entre la paz, ¿qué armas temes?
A un amante le pones severo rostro enemigo
no me excluyas más; abre pronto.
Ya va huyendo la noche, ábreme pronto la puerta.
eres muy lento, el sueño me agobia
y mis enamoradas palabras que van en el viento...
Me acuerdo que si te inspeccionaba
te mantenías vigilando hasta las tardías estrellas...
pero quizás estás con tu amiga
y, entonces, tu suerte sí es mucho mejor que la mía...
Si yo pudiera maniobrar el pestillo...
Ya va huyendo la noche, ábreme pronto la puerta.
Parece que sonaran los goznes...
Mentiras: pero trepida un ronco ruido de naves.
¡Mentiras! Fue un sacudón de la brisa
que, engañándome, me arrebata una gran esperanza.
Calla la ciudad, cae tenue rocío...
ya va huyendo la noche,ábreme pronto la puerta.

Sexto Propercio

1
Cintia fue la primera que me aprisionó con sus ojos,
a mí, impetérrito ante cualquiera delicia;
y desde entonces abajó mi persistente arrogancia
y tanto me ha sometido bajo su coyunda
que rehuyo las castas doncellas e insensato
no acepto ninguna casta advertencia.
2
Ahórrate, Cintia, con tu ingratitud desventuras;
Ten piedad de ti misma.
No sólo el toro embiste con sus cuernos ganchudos,
sino que también revira la oveja,
pero no voy a arrancar la túnica a tu cuerpo perjuro,
ni a derribarte las puertas,
ni a arrastrarte agarrando tus despeinados cabellos
ni a desgarrarte la pel;
esa son riñas propias de un campesino cualquiera
a quien no coronaron las hiedras.
Yo escribiré lo que no ha de borran nunca tu vida.
"Cintia es hermosa pero es casquivana".
Créeme que aunque desprecies todo rumor de la fama,
ese único verso te aterra.

Decimo Magno Ausonio
Eco
En vano, pintor, te esfuerzas dibujándome un rostro
y empeñándote en hacerme visible a los ojos
soy hija del aire y de la voz, vacía madre de un rastro,
conduzco palabras sin ningún pensamiento,
yendo de un extremo a otro extremo, agotándome
juguetona voy persiguiendo palabras extrañas.
soy eco que estremece los oídos de todos:
si quieres pintarme como soy, pinta un sonido.

NOTAS
1. Nombre satírico con que se designaba a Julio César (N. del T.)
2
. Horacio habla de una aurea mediocritas, haciendo referencia a una posición intermedia, que en el medio está la virtud; algo como ni tan rico que te acosen y, temiendo te den muerte por robarte no conozcas paz, ni tan pobre que te desprecien (N. de Stanislas Valois Aragon.)