03 noviembre, 2008

Del Libro de las maravillas

Con cierta frecuencia no menos embustero que un niño o novelista, micer Marco Polo, tan imaginativo como el Dante, preso en la cárcel de Génova "y no gustándole permanecer ocioso", dictó a un amanuense, Rustichello de Pisa, compañero suyo de prisión y tan aficionado como Alonso Quijano a los libros de caballería, el año de 1298 unas cuatrocientas cincuenta páginas en que daría cuenta "del viaje más maravilloso jamás contado". Había nacido en 1254 y embarcado con su padre Niccolo y su tio Maffeo en Venecia, su patria, a la sazón suprema potencia económica y militar de occidente, amén de "instigadora de la gran piratería de ese siglo que fue la cuarta Cruzada", el año 1271.
Salvo lo que podamos entre sacar de la relación dicha, contada por demás en calidad de testigo, exenta de alusiones personales, casi nada más sabemos del viajero, bien que no es extraño hallar su nombre en las crónicas chinas de la época; pero la investigacón poliana actualmente surte la referencia a más de quince Polo distintos, al punto que su nombre sigue figurando con distintos cargos como, entre otros, presidente del Consejo de Guerra, presidente del departamento de agricultura, virrey de una de las doce provincias chinas todavía después de su regreso a Venecia. Se sabe, sí, que en 1307 ofreció una copia de su libro a un agente de Carlos de Valois, hermano del rey de Francia, y que, acabado el viaje y establecido en Venecia, casó con una tal Donata, de quien tuvo tres hijas, a saber, Bellela, Marietta y Fantina.
En cuanto al panorama cultural, La Chanson de Roland, el Cantar de Mío Cid y los picantísimos fabliaux se habían consagrado como monumentos de las llamadas lenguas romances, con que se estaba abandonando al latín como lengua escrita. Así, Le divisament du monde (este Libro de de las maravillas) fue escrito en occitano. La Edad Media ya da sus frutos resurgiendo Europa con renovados bríos entre las ruinas del imperio romano, con acentos característicos, novedades formales y de contenidos, otras preocupaciones. En España, se entronizan la lengua de Castilla como el idioma español, el toscano como italiano en la patria de Ariosto, la lengua de oil como francés.
Y con esto dejamos, lector, en tus manos esta muestra de uno de los más célebres monumentos de la cultura universal, herencia de la alta Edad Media, revelación a una Europa estupefacta de la riqueza y complejidad de Asia y Lejano Oriente; extrañamiento, maravilla o bien horror de sociedades que aún hoy resultan tan exóticas o terribles como estancias asimilables al otro mundo, ese de la Comedia del Dante.

Stanislas Valois Aragon

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