24 noviembre, 2008

Función de asombros*

Cuando hayas concluido la lectura de esta entrega, los colaboradores de Imaginería habrán logrado un extraordinario desplazamiento en tu manera de percibir el ciertamente inagotable mundo de la representación escénica con muñecos. Entonces una función de títeres será una ocasión de maravilla mucho más allá de lo que hasta hoy ha sido para ti. Las marionetas invadirán tu experiencia vital, y habrán de constituirse en motivo de reflexión, asombro, miedo y reconsideración de la capacidad del hombre para potencializar el papel del arte hasta unos límites difíciles de concebir. Bienvenido, lector privilegiado, a este universo de significaciones antropológicas, síquicas, éticas, estéticas y políticas donde la hechicería no es uno de sus menos temibles ingredientes.
Leo Castillo





Traducción: Leo Castillo




Quijote,Capítulo XXVI
DONDE SE PROSIGUE LA GACIOSA AVENTURA DEL TITIRITERO, CON OTRAS COSAS EN VERDAD HARTO BUENAS
Callaron todos, tirios y troyanos;quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban de la boca del declarador de sus maravillas, cuando se oyeron sonar en el ratablo cantidad de atabales y trompetas, y dispararse mucha artillería, cuyo rumor pasó en tiempo breve,y luego alzó la voz el muchacho, y dijo: -Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa es sacada al pie de la letra de las crónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes, y de los muchachos, por esas calles. Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba cautiva en España, en poder de los moros,en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza; y vean vuesas mercedes allí cómo está jugando a las tablas don Gaiferos,según aquello que se canta: "Jugando está a las tablas don Gaiferos, que ya de Melisendra está olvidado." Y aquel personaje que allí asoma con corona en la cabeza y cetro en las manos es el emperador Carlomagno, padre putativo de la tal Melisendra, el cual, mohíno de ver el ocio y descuido de su yerno, le sale a reñir; y adviertan con la vehemencia y ahínco que le riñe, que no parece sino que le quiere dar con el cetro media docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dio, y muy bien dados; y después de haberle dicho muchas cosas acerca del peligro que corría su honra en no procurar la libertad de su esposa,dicen que le dijo: "Harto os he dicho:miradlo." Miren vuesas mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven cómo arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide aprisa las armas, y a don Roldán, su primo, pide prestada su espada Durindana, y cómo don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar; antes dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y con esto, se entra a armar, para ponerse luego en camino. Vuelvan vuesas mercedes los ojos a aquella torre que allí parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería; y aquella dama que en aquel balcón parece, vestida a lo moro es la sin par Melisendra, que desde allí muchas veces se ponía a mirar el camino de Francia, y puesta la imaginacion en París y en su esposo, se consolaba en su cautiverio. Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No ven aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra? Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la prisa que ella se da a escupir, limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y cómo se lamenta, y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio. Miren también cómo aquel grave moro que está en aquellos corredores es el rey Marsilio de Sansueña; el cual , por haber visto la insolencia del moro, puesto que era un pariente y gran privado suyo, le mandó luego prender, y que le den doscientos azotes, llevándole por las calles acostumbrada de la ciudad,

"Con chilladores delante
y envaramiento detrás";

y veis aquí donde salen a ejecutar la sentencia, aun bien apenas no habiendo sido puesta en ejecución la culpa;porque entre moros no hay "traslado a la parte", "a prueba y estése", como entre nosotros.
-Niño, niño- dijo con voz alta a esta sazón Don Quijote-, seguid vuestra historia línea recta, y no os metáis en las curvas o transversales; que para sacar una verdad en limpio menester son muchas pruebas y repruebas.
Tambíén dijo maese Pedro desde dentro:
-Muchacho, no te metas en dibujos, sino haz lo que ese señor te manda, que será lo más acertado; sigue tu canto llano, y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sutiles.
-Yo lo haré así- respondió el muchacho, y prosiguió, diciendo- :Esta figura que aquí parece a caballo, cubierta con una capa gascona, es la misma de don Gaiferos;aquí su esposa,ya vengada del atrevimiento del enamorado moro,con mejor y más sosegado semblante,se ha puesto a los miradores de la torre,y habla con su esposo,creyendo que es algún pasajero con quien pasó todas aquellas razones y coloquios de aquel romance que dicen:

"Cabellero,si a Francia ides,
por Gaiferos preguntad";

las cuales no digo yo ahora,porque de la prolijidad se suele engendrar el fastidio; basta con ver cómo don Gaiferos se descubre, y que por los ademanes alegres que Melisendra hace se nos da a entender que ella le ha conocido, y más ahora que vemos se descuelga del balcón, para ponerse en las ancas del caballo de su buen esposo. Mas, ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo. Pero veis cómo el piadoso cielo socorre en las mayores necesidades, pues llega don Gaiferos, y sin mirar si se rasga o no el rico faldellín, ase de ella, y mal de su grado la hace bajar al suelo, y luego, de un brinco, la pone sobre las ancas de su caballo, a horcajadas como hombre, y la manda que se tenga fuertemente y le eche los brazos por las espaldas, de modo que los cruce en el pecho, porque no se caiga, a causa que no estaba la señora Melisendra acostumbrada a semejantes caballerías. Veis también cómo los relinchos del caballo dan señales que va contento con la valiente y hermosa carga que lleva en su señor y en su señora. Veis cómo vuelven las espaldas y salen de la ciudad, y alegres y regocijados toman de París la vía.Vais en paz, ¡oh, sin par de verdaderos amantes! ¡Lleguéis a salvamento a vuestra deseada patria, sin que la fortuna ponga estorbo en vuestro feliz viaje! ¡Los ojos de vuestros amigos y parientes os vean gozar en paz tranquila los días- que los de Nestor sean- que os quedan de la vida!
Aquí alzó la voz otra vez maese Pedro, y dijo:
-Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala.
No respondió nada el intérprete;antes prosiguió, diciendo:
-No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo,q ue no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó luego tocar al arma; y miren con qué prisa, que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas, que en todas las torres de las mezquitas suenan.
-¡Eso,no!-dijo a esta sazón Don Quijote-. En esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías;y esto de sonar campanas en Sensueña sin duda que es un gran disparate.
Lo cual oído por maese Pedro,cesó el tocar,y dijo:
-No mire vuesa merced en niñerías, señor Don Quijote,ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso,c orren felicísimamente su carrera y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho y deja decir; que como yo llene mi talego, siquiera represente más impropiedades que tiene átomos el sol.
-Así es la verdad- replicó Don Quijote.
Y el muchacho dijo:
-Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en seguimiento de los dos católicos amantes;cuántas trompetas que suenan,cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y tambores que retumban. Témome que los han de alcanzar, y los han de volver atados a la cola de su mismo caballo,que sería un horrendo espectáculo.
Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo Don Quijote, parecióle bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo:
-No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos,mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en batalla!
Y diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo:
-Deténgase vuesa merced, señor Don Quijote; y advierta que éstos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. Mire, ¡pecador de mí!, que me destruye, y echa a perder toda mi hacienda.
Mas no por esto dejaba de menudear Don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos. Finalmente,en menos de dos credos dio con todo el retablo en el suelo, hechas pedazos y desmenuzadas las jarcias y figuras; el rey Marsilio, mal herido; y el emperador Carlomagno, partida la corona y la cabeza en dos partes. Alborotóse el senado de los oyentes, huyóse el mono por los tejados de la ventana, temió el primo, acobardóse el paje, y hasta el mismo Sancho Panza tuvo pavor grandísimo, porque,como él juró después de pasada la borrasca, jamás había visto a su señor con
tan desatinada cólera.
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Alba Libros, S.L., Madrid, 1996.
El titiritero
De aldea en aldea
el viento lo lleva
siguiendo el sendero,
su patria es el mundo,
como un vagabundo va el titiritero.
Viene de muy lejos,
cruzando los viejos caminos de piedra.
Es de aquella raza que de plaza en plaza,
nos canta su pena.
¡Allez hop!
¡Titiritero, allez hop!
de feria en feria.
Siempre risueño,
canta sus sueños y sus miserias.
Vacía su alforja
de sueños que forja
en su andar tan largo.
Nos baja una estrella
que borra la huella
de un recuerdo amargo.
Canta su romanza
al son de una danza
híbrida y extraña, para que el aldeano
le llene la mano con lo poco que haya.
¡Allez hop!
¡Titiritero, allez hop!
de feria en feria.
Siempre risueño,
canta sus sueños y sus miserias.
Y al caer la noche
en el viejo coche
guardará los chismes,
y tal como vino
sigue su camino solitario y triste.
Y quizá mañana,
por esa ventana
que muestra el sendero
nos llegue su queja
mientras que se aleja
el titiritero.
Joan Manuel Serrat

*Debido a particulares referidos a trámites, el texto eje de esta entrga lo he retirado provisionalmente. - Stanislas Valois Aragon.


1 comentario:

  1. Salve, Stanislas. ¡Cómo disfruto las entregas de esta gozosa tribuna!

    Salúdame a Leo.

    C. de la H.

    ResponderEliminar